Nikola Tesla fue uno de los más grandes inventores y científicos de la historia de la humanidad, pese a que muchos de sus hallazgos cayeron en el olvido o bien fueron otros los que se lucraron con sus ideas. Poca gente sabe la historia de Tesla y el origen de los drones, ya que uno de los grandes inventos de Tesla fue, ni más ni menos, que la invención de uno de los primeros drones.
Corría el año 1898, todavía en el siglo XIX, y Tesla acudía a una gran exhibición en el mítico Madison Square Garden de Nueva York. Allí preparó un gran espectáculo, ya que, en la época, para conseguir una buena financiación hacía falta el apoyo popular.
Tesla preparó una gran piscina donde introdujo un pequeño submarino con tres antenas que le permitían su control a distancia. Luego, le pidió al público que coreara órdenes al invento, que se movía a la perfección bajo el agua, aunque en realidad era el propio Tesla el que manejaba un mando a distancia, cumpliendo las órdenes de la gente.
Ese mismo año, obtuvo la patente de este primitivo dron acuático, que trató de vender a la marina de los Estados Unidos sin demasiado éxito. Este tipo de aparatos no despertó el interés de los militares hasta la llegada de la I Guerra Mundial.
Pocos años después, en 1903, el gran ingeniero español Leonardo Torres presentó su propia versión de un dron controlado a distancia, el Telekino, mucho más elaborado que el modelo de Tesla y que permitía manejar de manera completa un pequeño bote.
El proyecto de Torres fue aclamado por la comunidad científica, pero, del mismo modo que le pasó a la invención de Tesla, no logró la financiación necesaria para escalar el sistema y construir proyectiles y torpedos para la armada.
Estos dos inventos supusieron un antes y un después en el uso de ondas hertzianas para el control de dispositivos en movimiento. En 1917, y a partir de la ideas de Tesla, Archibald Low construyó el Ruston Proctor Aerial Target, el primer avión sin piloto controlado a distancia, pensado para bombardeos selectivos o como arma kamikaze contra los grandes zepelines.
Por Alfredo Álamo.
Escritor y apasionado de las buenas historias.